La piel geológica que ofrecen las montañas, las rugosidades arenosas que delimitan el mar, el intenso desierto en su complicidad con el horizonte, y el viento, el cielo, la noche... todo ello se convierte en naturaleza trascendida en los trabajos de Antonio Alcázar.

No sin reflexión, después de la emoción primera, su capacidad contemplativa nos va a situar en un territorio netamente metafísico, desde este singular espacio somos invitados al gozoso ejercicio de interiorizar el silencio, las luces y penumbras del otoño, las intensidades solares, las nubes como presagio de muerte. Obra de geológicos perfiles, de cósmicas sonoridades, obra desde donde se nos reclama la ardua tarea de definir nuestra posición en el mundo. Severo y hermoso ejercicio éste, cuando se ejerce con la sencillez y rotundidad que exhalan las pinturas de Antonio Alcázar.

- Manuel Romero -